El Capito

15 cmts. de altura.


Seguramente cada época tuvo sus personajes raros, más o menos locos, conocidos por todo el mundo en el pueblo. Esos que la gente “normal” saludaba sonriendo y a los que a veces los gurises les gritaban de lejos.

Uno de ellos fue el Capito Menotti con sus increíbles piruetas sobre su bicicleta elemental.

Sin duda esto no es un retrato. Es sólo una excusa para recordarlo.

El motoquero

23 x 16 de altura. y uno más chico.

 “Realismo mágico en la ruta 8”. Podría ser un título más o menos atractivo para cualquiera que no sea de Cerro Largo en la frontera Noreste con el Brasil. Pero hay que apechugar, porque no es changa la cosa. En ésta zona representó una opción de trabajo de los ochenta para delante, de un montón de gente sacrificada que diariamente transitaba, (de ida y vuelta)  los 60 kilómetros que separan a Melo de Aceguá hasta  con 13 garrafas de gas, de  13 kilos arriba (Y ainda mais). La gente se revuelve.

Muleque

13 cmts. de altura.


Yo me había quedado con una historia que seguramente no era cierta; esas cosas que uno escucha de niño y le quedan como verdad para siempre: que en un corso de carnaval, en la época de Cavadini, se había caído de un elefante, y se había golpeado la cabeza.

Ya en la época de fútbol con camiseta, algunos pudimos entrar al Wanderers de Don Eulogio Machado, que lo cuidaba y protegía. Muleque siempre andaba en la vuelta, ya sea en la cancha, en los fondos de la farmacia Mestre o en el mismo living de la casa donde nos reuníamos para las charlas teóricas sobre el fútbol de Brasil y sus figuras, el mundial del 50, o sistemas de juego con libros y todo, y un pizarrón.

Machado,  lo llamaba Osvaldo, porque así se llamaba: Osvaldo Rodriguez, y así aprendimos a tratarlo con respeto y no sumarnos ya,  al resto de los gurises que se burlaban de él.

Los acróbatas del campito

Hace un tiempo, pensando en los juegos de la infancia, recordé ésta imagen. Cuando la arcilla tomó la forma, le saqué una foto y se la envié a Enrique, que vive en Salto.

La agarró picando y me contestó al toque:

– ¡Tengo estatua! (Se acordaba bien).