Hacía días que había movimientos nuevos en la capilla San José. El grupito de la foto no era que pisara mucho adentro de sus muros; más bien andaba por afuera. El contacto más frecuente con sus paredes era algún pelotazo contra la parte que oficiaba de colegio. Dueños y señores del campito, eso sí. Con el cura viejo de sotana era como que había una especie de acuerdo nunca conversado: Uno no iba a tratar de arrearlos a la misa y los otros no le iban a apedrear «el rancho». Respeto mutuo, que le dicen.
Atentos a los movimientos de abajo se vió salir a uno en bicicleta. Venía como taponazo, pero se paró enfrente. Morrudo, petizo. Extendió un saludo con una sonrisa amplia.
-«ío sono no sé qué». (nos miramos para ver si alguno le entendió alguna cosa). Dejó una latita de pastillas que decía «Profuma l’alito» o algo así. Tendió la mano apretando que dolió y siguió pedaleando como un condenado, perdiéndose en las calles polvorientas del barrio.
-No tiene sotana pero creo que es el cura nuevo, dijo uno.
El negro abrió la latita de pastillas y repartió. Y empezó a hacer arcadas. Tenían un gusto raro, si, pero a mi me gustaron.